¿Cómo surge el vínculo entre una madre y su hijo?

En la muerte de un hijo en etapas tempranas de la gestación también hay dolor. No sólo porque los padres tengan que despedirse de «un proyecto», «un sueño», «unos planes de futuro», si no porque hay experiencia de maternidad, de hijo, desde muy, muy, muy, pronto. Es hasta físicamente así.  Reproducimos este artículo basado en el “Informe científico sobre la comunicación materno-filial en el embarazo: células madre y vínculo de apego en el cerebro de la mujer”, resultado del trabajo de diversos expertos y que ha sido dirigido por Natalia López Moratalla, catedrática de Bioquímica de dicho centro.

Dolormujer

El proceso biológico natural del embarazo reduce el estrés en la mujer, al desactivar la hormona cortisol, y aumenta la confianza, al liberar oxitocina. Esta transformación se suma a otros cambios hormonales del cerebro de la mujer a partir del día 15 cuando, implantado en el útero, el embrión se comunica con los tejidos de la madre. De esta manera, surge una relación especial entre ella y su hijo

La comunicación materno-filial en el embarazo

La Universidad de Navarra ha publicado recientemente un documento titulado “Informe científico sobre la comunicación materno-filial en el embarazo: células madre y vínculo de apego en el cerebro de la mujer”, resultado del trabajo de diversos expertos y que ha sido dirigido por Natalia López Moratalla, catedrática de Bioquímica de dicho centro. Este estudio se basa en la investigación de la estrecha relación entre madre e hijo desde el embarazo. El vínculo se produce tanto a nivel celular como en el apego afectivo, cuyo centro neuronal está en el cerebro. La progenitora y su niño desarrollan así un nexo que tiene una fuerte base biológica desde las primeras semanas de la gestación.    Este trabajo recoge los últimos avances científicos en las neurociencias y en el papel de las células madre en el desarrollo del embrión. “Entre otras cosas, explica Natalia López, el informe resume lo que ocurre el primer día de vida del que guardamos memoria porque se inicia el trazado de los ejes que dan la forma corporal; se expone de forma cronológica la evolución de las células madre, etc.” Además, explica cómo se produce la comunicación materno-filial en el embarazo: “Desde el inicio, y mientras el embrión atraviesa las trompas de Falopio maternas, envía avisos moleculares y la madre responde, estableciéndose un diálogo molecular por el que el embrión recibe ‹‹energías›› para vivir y ambos se preparan a pasar esos 9 meses de vida en simbiosis”. Por medio de este fenómeno natural, el embrión, que es un ente extraño al organismo de la madre, no es rechazado como un peligro y no se activan las defensas correspondientes. Esta tolerancia inmunológica se genera a través de las sustancias que libera el embrión desde los primeros días y que desactivan las células maternas que deberían generar el rechazo. “Es un proceso muy llamativo, puntualiza Natalia López, el hijo envía señales a la madre y a través de la comunicación entre el embrión y los tejidos del útero materno tiene lugar una serie de procesos concatenados y precisos. Este diálogo realiza lo que conocemos como tolerancia inmunológica: la madre reconoce al hijo que gesta como alguien distinto de ella, extraño a ella en cuanto la mitad de él es de su padre, pero sin señal de ser un peligro. Por eso son dos vidas en simbiosis, ni el niño es una parte de ella, ni un extraño peligroso al que haya que rechazar”.

El microquimerismo

Uno de los últimos hallazgos es un fenómeno bastante inesperado hasta hace poco tiempo. Por él los órganos de la madre contienen células procedentes del feto que ha gestado (de 2 a 6 células por mililitro en la sangre). Estas células fetales, jóvenes, pasan a la madre e incluso se guardan en la médula ósea formando parte de la reserva natural de células que todos tenemos. Por ser más jóvenes que las de la madre, tienen gran capacidad para regenerar y rejuvenecer el cuerpo de la mujer. Se han encontrado células de feto varón convertidas en cardiomiocitos de la madre que parecen haber participado en la reparación del corazón de la madre con cardiopatía. Al ser la gestación una simbiosis de dos vidas, algunas células madre de la sangre del feto y de su placenta, que son pluripotenciales, pasan a la circulación materna. Se almacenan en nichos, especialmente en la médula ósea, y se dispersan en los órganos de la madre: piel, tiroides, hígado, riñón, glándula adrenal, pulmón… Estas células del embrión se denominan progenitores celulares asociadas al embarazo (PACP). Por su origen fetal, las células PACP tienen una gran capacidad de autorrenovación y colaboran con las células madre adultas en la función regenerativa del cuerpo de la mujer. Se ha comprobado que se traspasan a partir de la cuarta semana y que luego la mujer las conserva toda la vida. Este descubrimiento puede tener importantes aplicaciones clínicas porque son células diferentes que conviven.

El vínculo madre-hijo

En la mujer embarazada se producen cambios sustanciales en el cerebro. El proceso biológico natural del embarazo reduce el estrés en la mujer al desactivar la hormona cortisol, y aumenta la confianza, al liberar oxitocina. En una situación de estrés, las neuronas cerebrales del hipotálamo generan un factor que induce a liberar cortisol, pero en las embarazadas no es así. Entre el segundo y el cuarto mes, se produce entre 10 y 100 veces más progesterona y se reduce la respuesta emocional y física al estrés. Al tiempo que se almacena la oxitocina en neuronas del cerebro. Esta hormona se libera a partir del quinto mes de embarazo con los movimientos del feto. La  oxitocina es un neurotransmisor relacionado con la confianza. “Esta hormona, explica la catedrática, tiene receptores en diversas áreas del cerebro y las desarrolla permitiendo una capacidad especial para conocer las necesidades del bebé -lo que le pasa- y la sabiduría natural para ‹‹gestionar› lo que demanda”. El análisis por neuroimagen de las emociones que la madre siente ante los estímulos de ver fotografías o vídeos del hijo o escuchar su risa y su llanto pone de manifiesto cómo es ese vínculo natural emocional y afectivo que se ha generado en ella por el embarazo. Es lógico que los hombres, que no gestan los hijos, no tengan este vínculo en cuanto que está ligado al embarazo. Con la gravidez, el cerebro de la mujer cambia, estructural y funcionalmente, al responder a las consignas básicas que recibe del feto. Este vínculo se refuerza con el parto y la lactancia, porque se potencian los circuitos neuronales más fuertes de la naturaleza. El conocido como »vínculo de apego” afectivo y emocional forma parte del proceso biológico natural. Por otro lado, el parto supone la liberación de oxitocina almacenada para reforzar el vínculo de apego y retorno a niveles habituales de respuesta de estrés. Esta vuelta a la normalidad neuroendocrina exige una adaptación que conlleva cierto riesgo de fluctuaciones anímicas y que en los casos más graves puede llegar a la depresión posparto.

¿Y el vínculo con los padres?

El cerebro de cada persona goza de una enorme plasticidad; todo lo que experimentamos, las emociones, la actividad física, los hábitos intelectuales… dejan huella en el cerebro. Reconocer en una fotografía a su hijo de pocos meses genera en la mujer un estado emocional placentero que no se lo produce la visión de imágenes de otros niños, incluso conocidos. Las técnicas de neuroimagen registran la activación del llamado cerebro social: se activan las áreas del sistema cognitivo-afectivo de recompensa y se silencian las implicadas en el juicio negativo. Por eso la experiencia de la paternidad (el contacto físico con un bebé, su olor, verle) provoca un vínculo de apego en los padres biológicos, adoptivos y en general en cualquier persona que cuida habitualmente de un bebé. “Uno de los estudios de neuroimagen que mostramos en el Informe, detalla Natalia López, constata que la experiencia de la maternidad y la paternidad provoca cambios funcionales en el cerebro. Padre y madre responden con más intensidad al llanto que a la risa del hijo, mientras que sucede a la inversa en quienes no tienen experiencia de la paternidad. La influencia de la paternidad en el cerebro facilita el cuidado al reconocer mejor las necesidades que el niño reclama llorando. Podemos decir que lo que se genera por la experiencia de la paternidad es igual en ambos -padre y madre-, lo propio de la madre es lo que le aporta el embarazo”.

Publicado en “todopapas”. Fuente: Natalia López Moratalla, catedrática de bioquímica de la Universidad de Navarra. Redacción: Irene García