Donald Trump no practica el mindfulness

Cada año miles de niños y bebés traspasan las fronteras que dividen los países. A veces son niños que viajan solos (menores no acompañados, MENAS), otras con sus familias. Muchos son devueltos a sus países de origen, otros después de sufrir torturas y vejaciones llegan a perder la vida,  otros son presas de las mafias que se dedican al  tráfico y la trata de personas…. y otros mueren.

Hacemos un hueco también en nuestra web y asociación para denunciar esta barbarie. Esta vez de la mano de Ibone Olza (médico especialista en psiquiatría infanto-juvenil y perinatal, profesora en la Universidad Autónoma de Madrid, invetsigadora y escritora) que escribe lo siguiente:

La valla de Melilla es un sobrecogedor monumento a la insensibilidad, recordándonos lo distinto que sería todo si hubiéramos nacido al otro lado.

El pasado mes de diciembre tuve la oportunidad de visitar brevemente Melilla por vez primera. La valla que rodea la ciudad autónoma es impresionante, sobrecogedora, te deja muda. Una espesa alambrada de tres capas que a diario intentan cruzar cientos de personas migrantes.

Me recordó a la que vi hace casi dos años en Idomeni, en la frontera entre Grecia y Macedonia, donde muchos refugiados se vieron bloqueados tras llegar huyendo de la guerra siria cuando Alemania se retractó de su invitación inicial y la Unión Europea aceptó el cierre de algunas de sus fronteras. “Nuestra” valla es más circular, más profesional, más intimidatoria.

Me impactó profundamente, no he podido quitármela de la cabeza. No soy analista política, no entiendo de economía ni de derecho internacional, no sé como se podrían evitar o prevenir muchas de las dramáticas situaciones que subyacen bajo la valla o ambos lados de la misma.

Sólo sé que me sentí profundamente incómoda al ver la realidad de frente y sentir, una vez más, que la vida me colocó del lado de los privilegiados desde el momento en que nací en Europa. Del mismo lado que ese ostentoso campo de golf ubicado junto a la valla de Melilla y que José Palazón retrató tan lúcidamente en una imagen que dio la vuelta al mundo.

Estando en Melilla pude conocer a algunos de los “menores no acompañados”, más conocidos como MENAS, que allí residen a la espera de poder cruzar a la península. Sus miradas, sus historias, sus sufrimientos, sus lágrimas, me dejaron encogida, preocupada, triste. De eso sé algo más: de las heridas que deja en el alma y en la vida el salir siendo un niño o niña de tu casa, de tu familia, de tu tierra.

Muchos de estos jóvenes han vivido y conocido horrores mucho más allá de lo que cualquiera de nosotros podamos llegar a imaginar. Pero lo peor es que muchos se han criado prácticamente solos.

Por la pobreza, por la violencia, por la guerra, no han tenido oportunidad de ser cuidados, protegidos o consolados. Han tirado para adelante solos, muchos han crecido en las calles de distintos países africanos, sus únicos referentes son sus iguales: otros chavales migrantes.

Precisamente por sus historias de abandonos, pérdidas y traumas muchos tienen dificultad para crear vínculos, para mostrar empatía, para relacionarse desde el cariño. ¿Cómo no iba a ser así?

Sigo pensando en ellos en estos días en que Helena Maleno está siendo juzgada por ayudar a salvar vidas de personas migrantes y Donald Trump sigue presidiendo los Estados Unidos tras haber mostrado su racismo insultando a los países más pobres de la tierra. Las palabras del Papa Francisco insistiendo en la necesidad de “acoger, proteger, promover e integrar a los emigrantes y refugiados” me han parecido de lo más valiente que he leído en estos días.

Y sí, lo sé, es un tema incómodo. Algo en lo que muchas personas prefieren – o preferimos, me incluyo- no pensar porque sienten que, de todas formas, no pueden hacer nada más que sentirse mal o avergonzarse al pensar en el trato que se da a seres humanos inocentes.

Mindulness para empatía

¿Sirve de algo hablar de esto en Mente Sana? Un reciente estudio que acabo de conocer me alivia. Demuestra que con pequeños ejercicios de Mindfulness se consigue que las personas sean más empáticas y solidarias con los desconocidos que sufren exclusión.

Lo han investigado en California mediante un experimento que incluía una formación breve en mindfulness y una situación en la que se observaba a un extraño sufriendo rechazo y exclusión. Kirk Warren Brown, el director del estudio dijo: «queríamos probar esto con extraños porque una cosa es que las personas sean amables con los que conocen, y otro asunto es expresar amabilidad hacia los extraños. Sentimos que esto era particularmente importante en el clima social y político actual».

El resultado fue que las personas que habían entrenado la atención plena regularon mejor sus emociones, no se angustiaron cuando vieron que un extraño estaba siendo acosado y eso les permitió estar presentes para las víctimas, mostrándose más cálidos y dispuestos a ayudar.

No creo que podamos lograr que Donald Trump haga mindfulness, pero si tener presente que mucha gente apostando por incrementar su empatía probablemente sea importante para mejorar la situación de las personas más pobres de la tierra.

Acoger y aceptar, con la atención plena y entrenando la compasión, para luego poder ir sanando. Sólo así podremos ir eliminando los muros y vallas que tanto separan y dañan.

Fuente: http://www.mentesana.es/blogs/ibone-olza/mindfullnes-para-cultivar-empatia_1498