Mi historia de amor y dolor

Hace unos meses nació sin vida mi hijo a las 39 semanas de gestación.

Todo iba bien, pero un día, al acostarme no noté sus movimientos. Era su momento favorito para hacerme saber que estaba ahí y que estaba bien. Pensé que estaría dormido, porque era imposible que algo le pudiera pasar a esas alturas del embarazo. ¡Qué inocencia!.

Pasé mala noche, despertándome varias veces anhelando sentir la patadita que se negaba a llegar. Por la mañana seguía sin notar sus movimientos, así que decidimos ir a urgencias, con el total convencimiento de que nos dirían que todo estaba bien y podríamos irnos a casa más tranquilos. ¡Qué inocencia!.

Me pasaron con la matrona que intentó escuchar su corazón sin éxito. Una sombra de miedo se cruzó por mi mente, pero la deseché rápidamente. Tal vez el aparato no funcionase bien, porque a mi bebé no le podía haber pasado nada. ¡Qué inocencia!.

La ginecóloga comenzó a hacerme una ecografía, estaba tardando bastante, pero fueron sus palabras las que me hicieron entender lo que hasta entonces no había querido ver. Me preguntó : “¿Has venido sola? ” Y no hizo falta decir nada más. Fui consciente por primera vez de que mi hijo había muerto. Mi mundo se derrumbó y mi inocencia se esfumó para siempre, dando paso a un sentimiento de culpabilidad que todavía hoy me persigue. “Tenía que haber venido antes” “Seguro que lo podía haber evitado” “Mi misión era protegerle y no he sido capaz de hacerlo”.

Mi marido fue a recoger los bolsos que teníamos preparados desde hacía más de mes, aunque ni en la peor de nuestras pesadillas podríamos haber imaginado que los usaríamos en esa situación. Mientras, a mi me llevaron a una habitación de partos. Habían colocado una mariposa en la puerta. Un sentimiento de irrealidad se apoderó de mí, sólo podía llorar, maldecir mi mala suerte y desear que todo acabase lo antes posible.

Ya con mi marido a mi lado, pude sobrellevar la espera algo mejor. Pasaron más de 4 horas hasta que vino la ginecóloga y comenzó la inducción. Me dijeron que había estado en una urgencia, a mi me parecieron años en lugar de horas. El trato en general fue bueno y profesional, pero la empatía y el lado humano lo aportaron las matronas, en total estuve en contacto con tres. Comenzaron a hablarnos de la muerte perinatal y nos dieron algún folleto informativo. También nos comentaron la existencia de la red “El hueco de mi vientre”. Nos aconsejaron guardar algunos recuerdos tales como sus huellas, la pulsera del hospital, su ropita …. Y meterlos en una caja. Nos explicaron las decisiones que tendríamos que tomar y nos pidieron que valorásemos la posibilidad de hacer alguna foto a nuestro hijo. Todas las matronas que nos atendieron fueron amables y cercanas, pero especialmente la que nos asistió en el nacimiento. Nos guió hasta dónde pudo y nos sentimos algo más arropados y menos desorientados.

Poco antes del parto, tuvimos que empezar a tomar esas decisiones. La primera fue si queríamos verle, esa la tenía clara: “Quería ver a mi pequeño”. Después nos entregaron unos formularios dónde debíamos autorizar la realización de la autopsia de nuestro hijo. La firmamos, sabíamos que es muy importante intentar encontrar la causa de su muerte, aunque también nos informaron que en muchos casos no es concluyente. Y creo que fue en ese mismo documento dónde había que marcar con una “x” si la familia se haría cargo del cuerpo tras la autopsia o si se delegaba esa responsabilidad en el hospital, especificando que en ese caso, no se podrían recuperar los restos. Nosotros pusimos la “x” en la casilla del hospital. En ese momento estaba en estado de shock y sentí una especie de liberación al no tener que hacernos cargo, me dejé llevar por el deseo de huir de una realidad imposible de asumir, mi hijo había muerto antes de nacer y no lo podía aceptar.

Una vez firmados todos los papeles, le entregamos a la matrona la ropita que habíamos comprado con tanta ilusión para salir del hospital. El momento del parto era cada vez más cercano. Vino la ginecóloga con tres personas más. La matrona (¡que importante fue para nosotros durante todo el proceso!) me cogió una mano y mi marido la otra. A pesar de la epidural, sentí como mi niño se abría paso a través de mi cuerpo a un mundo que por desgracia nunca iba a poder conocer. Mientras me cosían, (me desgarré bastante, supongo que mi cuerpo necesitaba estar en sintonía con mi alma) la matrona se llevó a nuestro hijo, le limpió, le vistió, grabó sus huellas y cuando me lo puse en brazos lo hizo con mucha delicadeza y cariño. Lo había envuelto en una mantita blanca. Era precioso ¿cómo podía ser que estuviese muerto? Tal vez esperaba algún tipo de malformación que justificara su muerte, pero mi pequeño era perfecto.

No tuvimos fuerzas para estar mucho tiempo con él, creo que en mi inconsciente no quería que se enfriara, eso haría más real que estaba muerto, pero sí para sacar tres fotos. La matrona nos animó, nos dijo que muchos padres se arrepentían de no hacerlas y que si las hacíamos más adelante podíamos verlas o no. Me alegro de que finalmente las hiciésemos. Todavía no las he visto, aún recuerdo perfectamente su carita, pero sé que cuando ese recuerdo se empiece a difuminar me va a gustar volver a verle.

Le dijimos a la matrona que se lo podía llevar y así lo hizo. Lo tuvo con ellas un tiempo por si queríamos volver a verle, no fuimos capaces. Ahora me arrepiento, me hubiera gustado pasar con él mucho más tiempo, pero en ese momento era demasiado desgarrador verle y que no estuviera vivo.

La matrona nos entregó un sobre con la mariposa que habían puesto en la puerta, con sus huellas, la pulsera del hospital, y la ropita. Nos despedimos de ella y le dije que me alegraba de que hubiera sido ella la que nos acompañara en el proceso. En parte, es gracias a ella que cada vez que recuerdo el momento del parto me invade un sentimiento de ternura.

Una vez en casa, la sensación de vacío era tan grande que a veces parecía que me iba a devorar y al cabo de unos días una idea empezó a martirizarme: ¿Qué habrá pasado con los restos de mi hijo? Sentía que le habíamos abandonado, como si fuera uno de esos cuerpos que nadie reclama y nosotros le queríamos muchísimo. Era como si no nos hubiéramos hecho responsables de lo que nos correspondía. No sentíamos la necesidad de realizar un funeral y un enterramiento, pero sí de honrarle como se merecía. Me arrepentía amargamente de haber marcado aquella “X”.

A los dos meses mandé un mensaje a la matrona que nos acompañó en el parto, le daba las gracias por todo y en especial por haber estado con nuestro niño cuando nosotros no teníamos fuerzas. Le comentaba que me arrepentía de no haber pasado más tiempo a su lado cuando tuve la oportunidad y que me pesaba profundamente el no habernos hecho cargo de su cuerpo. Se lo decía para que si volvía a vivir una situación como la que nos tocó, lo compartiera con los padres si lo creía conveniente. Ella me contestó muy cariñosa y me dijo algo que me dio algo de sosiego en la vorágine de dolor que estaba sintiendo, tal vez todavía estábamos a tiempo de recuperar el cuerpo de nuestro hijo. Me puso en contacto con otra matrona de la red el hueco de mi vientre, y ella me confirmó que nuestro pequeño seguía en anatomía patológica. Gracias a ellas íbamos a poder despedirle como se merecía.

Comenzamos a realizar los trámites con la funeraria. Tal vez ellos también necesiten algo de información sobre la muerte perinatal y como actuar al respecto. En primer lugar, cuando fueron a recoger el cuerpo nadie nos avisó. Ya lo teníamos todo concretado, pero yo pensaba que lo recogerían el mismo día de la incineración y no fue así. Me enteré que se lo habían llevado porque llamé a anatomía para ver si habían contactado con ellos y me comunicaron que ya lo habían recogido. Llamé a la funeraria y les dije que me hubiera gustado que me avisaran de que iban a recogerlo antes de hacerlo. Me molestó que no lo hicieran, ahora que le había recuperado no quería que lo trasladaran sin informarnos previamente. Necesitaba saber en todo momento dónde se encontraba su cuerpo. Por otro lado, cada vez que se referían a mi hijo le llamaban “feto”. Entiendo que legalmente y en los papeles tenga que figurar como tal, pero a mí se me clavaba una aguja en el corazón cada vez que lo decían. Cuando me llamaron para confirmar que todo estaba preparado, les sugerí que si tenían que tratar con familias en nuestra situación se refirieran al cuerpo en lugar del feto, que a los padres nos dolía escuchar esa palabra.

Finalmente pudimos incinerar a nuestro hijo y despedimos de él en un lugar maravilloso en el que habíamos pasado muy buenos momentos. Lo hicimos en intimidad y en familia. Fue precioso, tal y como lo había imaginado. Ahora tenemos un lugar especial dónde ir y dónde seguiremos pasando buenos momentos en los que él también estará presente. Me reconforta y me serena el haber podido despedirle a nuestra manera. Me ha ayudado a enfrentarme al dolor para ir dejando poco a poco hueco al amor tan inmenso que siento por él. Le sigo echando de menos todos los días y a todas las horas, pero el amor por mi hijo no murió con él, sino que vive y vivirá por siempre en mi corazón.